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Antonio Miguel Carmona: el socialista de Malasaña
Antonio Miguel Carmona, nacido en Malasaña, que es donde nacen los aeropuertos con destino a los despachos políticos, es un socialista de género masculino y número plural. Diría yo que Carmona es también un adverbio de lugar, pues que siempre está en todos los sitios, en un cuando, en un donde, en un mientras tanto, en un alrededor de, en un porque o en un puesto que. Carmona ya he dicho que es socialista –que no socialdemócrata-, que no son las mismas cosas.
El socialista ya es el obrerismo y la lucha política pringada en las vísperas revolucionarias –en una revolución de paz y ghandismo-, mientras que la socialdemocracia ya se puede definir como el socialismo del capital, de la moneda y de la Escuela de Chicago, donde entre el liberalismo y la socialdemocracia ya se ajunta algo semejante, ese algo que se ha desligado de Gramsci o del Ché Guevara, de Salvador Allende, de Pablo Iglesias, fundador de la UGT y del PSOE, Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro, quienes éstos últimos se desvincularon de la revolución bolchevique después que en la taberna Casa Labra, el 2 de mayo de 1879 se fundara el Partido Socialista Obrero Español, siendo tipógrafos, médicos, doctores, joyeros, marmolistas, zapateros los que, como una cuadrilla taurina, comenzaron este socialismo en el que hoy navega Antonio Miguel Carmona, fiel y toro sagrado de los orígenes. Carmona es el socialista de las ideas modernas, donde lo social y la lucha por la clase trabajadora miden la causa y el consensualismo noctívago y como de tranvía de este economista que está haciendo por Madrid algo parecido a lo que hizo Enrique Tierno Galván. Para mí Carmona es el segundo Tierno, quien bebía anís Machaquito por Argüelles junto a Paco Umbral. Carmona no bebe anís, pero enluce un edificialismo de un Madrid moderno donde lo tecnológico tiene que embellecer aún más todos los barrios poderosos en los que la igualdad de oportunidades y las leyes sociales, sanitarias, educacionales, empleadoras, las clases medias y hasta el mus es transferido por Antonio Miguel Carmona como una visita a la tumba de Pablo Iglesias.
Carmona es un hombre hecho a sí mismo y tiene la virtud de conceder, por ejemplo, la alcaldía a Manuela Carmena antes que deslizarse por ese mundo de choques de automóviles que es el aguirrismo o el liberalismo de Margaret Thatcher. Carmona es más de Keynes que de la Universidad de Yale, por eso comprende que la repartición de la riqueza debe hacerse ajustando números y extendiendo los presupuestos siempre desde la equidad, la dignidad y el valor de los hombres en general.
Carmona podría ser un personaje de novela en donde la novela gótica del Partido Popular se retirara en favor de una épica homérica en donde el amor de Penélope va tejiendo todo ese amor que Carmona chucletea con las mujeres madrileñas, que ya van teniendo el insert o el Facebook de Emmeline Pankhurst, Mary Wollstonecraf, Virginia Woolf, Betty Friedam o Concepción Arenal. Carmona es un gran defensor de la mujer, por eso las madrileñas le aman y le saludan siempre que va con su moto por la M-30 o por las albadas de Vallecas. Carmona tiene una inteligencia que queda manifestada en los programas de radio y televisión a los que acude, más su articulismo y voz escrita que dicta sobre él la licitud de la revolución ghandiana y la revolté de Blanqui.
Antonio Miguel Carmona tiene mucho futuro por delante –es muy joven todavía si acudimos a esa ancianidad política que hoy se sacude las ladillas en los sillones de las gobernalidades o de los de enfrente-. Que hay mucho vejete por ahí y ya es hora que este país lo tome la gente joven, como es el caso de Carmona. Como vamos hacia terceras elecciones y el PSOE va a hacer reformas en casa, pues que algunos muebles de diseño ya se han pasado de tanto art-decó, yo veo a Carmona como ministro de interior, un suponer, pues su interiorismo masca el chicle de un pueblo que lentamente, por la presión de este capitalismo de mercado tan salvaje, ya se va leyendo los libros de Concepción Arenal.
Carmona es un arma heroica que va por ahí abriendo los mapas de una sociedad más justa, menos econoliberalismo, más alta y bella como un Taj Majal en cuya sombra Carmona vigila Madrid y Celtiberia al darse cuenta que no sólo la alquimia produce oro, sino que es la federación de la humanidad la que debe regresar al hombre capaz de escapar del caos. Carmona es prometeico y esos besos que le da en los labios a Manolita Malasaña.
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